El bigote de la reina

Freddie Mercury. Pocas personas han llevado un bigote con tanto orgullo. Pocas han conseguido convertirlo en un símbolo como él.

Freddie no nació con bigote. Carai, ni Jose María Iñigo nació con bigote. Pero lo convirtió en su seña de identidad. Una chaqueta chillona, unos pantalones blancos y unas zapatillas de deporte blancas. Y su bigote. Dicen que se lo dejó para disimular el tamaño poco convencional de sus dientes. Los que amamos el bigote, y la música, sabemos que era por otros motivos. Era parte de su tarea de intimidación. Era su forma de comerse al público y al mundo entero. Su pose, sus gritos, su provocación, su corona en alto, su bigote. Este soy yo, así soy, y este es el bigote que llevo.

Todo el mundo recuerda a Freddie. Preguntadle a alguien, no especialmente fan de Queen, que os lo describa. El bigote no faltará nunca. Nadie recordará al primer Freddie, el delgaducho con melenas y trajes de arlequín. Ni al último, demacrado y delgado por culpa del SIDA que se lo llevó demasiado pronto. Todos le recordarán con el puño en alto, micro en mano y un bigote bajo el que sonaban, atronadoras, melodías que son un poco de todos.

Freddie nos dejó un 24 de noviembre de 1991, un día después de anunciar al mundo que se iba. Y su bigote se fue con él.